Hoy estoy aqui para contaros la historia de alguien, una mujer, nada importante, una simple mujer... Se encontraba como cada Lunes Santo en su silla, cerca de la rotonda de Larios... Allí estaba ella, un año más, esperando el momento el cual llevaba anhelando desde el año pasado. Y es que ella lo decía, que más grande que su Cautivo no había nada en el mundo. Se sentó, ya era mayor, su cuerpo no aguantaba muchos trotes. Empezó a divisar a lo lejos una increíble marea blanca, aquello le recordaba a la espuma de las olas del mar... Su corazón empezaba a latir más fuerte, sabía que detrás de esa marea blanca venía lo que ella realmente quería ver. Mucha gente que iba en el cortejo empezaba a saludarla, era famosa en su barrio de la Trinidad, muchos años yendo y viniendo por esas benditas calles. Aunque su barrio ya no era lo que era antes, ella lo quería igual. No faltaba el día que bajaba por las escaleras, tocaba la imagen de Jesús Cautivo y su madre Trinidad que había en la entrada del corralón y salia cual niña pequeña en busca de los Reyes Magos, aunque sus reyes no eran esos, eran los Reyes del barrio de la Trinidad, y no vivían en Oriente, vivían en San Pablo, lo que ella decía que era su segunda casa.
Esperando seguía, mirando a lo lejos, con ganas de divisar pronto una túnica blanca... Y allí estaba, ya veía el conjunto del rojo del clavel, el plata del trono y el blanco de esa maravillosa tela que caía en el cuerpo de Jesús Cautivo. Era la primera vez en el año que lo veía encima de ese maravilloso trono, que a ella tanto le gustaba, y no pudo remediar las primeras lágrimas que ya caían por sus mejillas. Iba acercándose, ya olía a incienso, ya era primavera en el corazón de esta mujer... Escuchó las primeras notas de una preciosa marcha, "Creo en ti", y no es que fuera dedicada al Cautivo, pero con solo pensar en su nombre ya se le venía a la cabeza la imagen de él. Veía como con cada paso de los hombres de trono la túnica iba de un lado a otro, meciéndose... ¡Parece que vas andando Señor! pensaba una y otra vez. Mientras, escuchaba esa hermosa melodía que la banda tocaba, una marcha lenta, tranquila... La que sabía que le venía como anillo al dedo para pasearse por las calles de Málaga.
Era una noche fría de primavera, con una leve brisa que "cortaba el cuerpo", podía sentir como el aire movía su pelo blanco. Empezaba a acordarse de los que hoy, por circustancias de la vida, no podían estar a su lado, aunque sonreía, mirando a los ojos de su dulce Cautivo que cada vez estaba más cerca, sonreía una y otra vez...
Ya empezaban las primeras plegarias: "Señor, tú que siempre estas conmigo, no me faltes nunca te lo pido por favor..." Y entonces la campana sonó y el trono se paró delante de ella, miró sus manos, la forma de su cuerpo, y acabó en su cara... "¡Bendita cara Cautivo, si es que mas guapo no podías ser!" decía para sus adentros. Seguía hablando con él, rezándole... "Ay Cautivo de mi alma, cuida a mi madre, que te quería mucho y tu lo sabes. Cuida a mi marido, el que me acompañaba cada día a verte. Cuida a mi hijo, el que te llevaste tan joven, Dios sabrá porque, ese que soñaba con llevarte algún día en su hombro una noche de Lunes Santo... Dile a todos que los quiero, que los echo de menos, que cuando tu desees me reuniré con ellos..." Y es que esta mujer, por suerte o por desgracia, se había quedado sola. Su madre murió hace muchos años, era ya mayor, algo que se esperaba, y su marido murió de un infarto, también mayor, era ley de vida... Pero su hijo, ¿Por qué su hijo? Un hombre joven, fuerte y sano... ¿Por qué existirán las motos? No había día que esta mujer no se preguntara algo así. Sabía que la vida era dura, pero cuando murió la alegría de su ser lo comprobó más que nunca. Era una mujer alegre, pero lo llevaba por dentro y eso solo lo sabia el que tenía delante, su Cautivo, como ella decía...
Volvió a sonar la campana, y al compás de la percusión, se volvió a mecer su señor... Ella, con las manos pegadas a su pecho, y con un rosario liado entre sus dedos, como no, con la imagen de Jesús Cautivo y su madre Trinidad, lo miraba a los ojos... "Cautivo, a ti mas que nadie, te quiero..." Un río de lágrimas corrían por su cara llena de arrugas, el tiempo no pasaba en balde para nadie. Y allí estaba ella, delante de él, mirándolo como seguía el camino a su barrio, y entonces, un hombre de unos treinta y pocos, se acercó, "tome señora, nunca había visto a nadie que me trasmitiera tanto como usted mirando al señor de Málaga" y le dio una estampita, que aunque fuera una tontería, para ella era como dinero. Se quedó sin palabras y contestó con mas lágrimas en los ojos, fue suficiente para aquel hombre que viendo a la anciana se emocionó. Dos personas, dos vidas, pero un solo sentimiento: ser trinitarios.
Se secó las lágrimas y miró a lo lejos de la Alameda, allí estaba una inmensa marea malva... Ya se acercaba lo más grande del barrio, la que le dio nombre, la reina coronada. Se sentó a descansar y mientras, pensaba cuantos años llevaba haciendo esto mismo, eran tantos que ya ni se acordaba, ¡pero lo hacia con un gusto! Porque aunque le doliera todo el cuerpo, "sarna con gusto no pica" y volvía a sonreír, como siempre, para que los que estaban en el cielo vieran que, a pesar de todo, era capaz de ser feliz.
Ya volvía a oler a incienso, y veía a "su Trini", como la llamaban en el barrio, acercarse a ella cada vez más. Esa bella cara, dolor y dulzura mezcladas formaban a María Santísima de la Trinidad. Cabeza inclinada, mirada baja, boca entreabierta y manos abiertas... Rezándole al cielo por su hijo. "Señora, tú que sabias su destino y te preguntabas por qué, yo que te entiendo tan bien, las dos perdimos a nuestros hijos... Pero no te preocupes Trinidad, que yo sonrío por ti y por mi... Madre, sigue cuidando al barrio, a esos padres de familia que luchan cada día por sacar a sus hijos adelante, a la gente que quiere salir de la droga, a los que buscan trabajo... Señora, ayuda a los que están como yo, en soledad, recuerdales que tú siempre estas en la capilla de San Pablo, que no nos vas a faltar nunca... Y a los que están en el cielo, ampáralos. Madre, tú que eres tan grande... No me llores más, que una lágrima tuya se convierte en mil puñales clavados en mi corazón..." Y así seguía rezándole la mujer mientras lloraba. De repente, algo cortó el silencio que había en su mente, eran los hombres de trono cantándole a su reina "Rezo a tus pies", y así era, porque todo el barrio rezaba a sus plantas. Aunque estaba mayor y se le olvidaban las cosas, se acordaba perfectamente de la letra y para sus adentros empezó a cantar: "Rezo a tus pies porque es como yo se rezar, rezo a tus pies reina del barrio de la Trinidad, rezo a tus pies porque así me enseñaste a rezar, mientras yo abajo esté nunca sola andarás...". Aplaudió, ¡Viva María Santísima de la Trinidad! se le escapó, y con la cara húmeda por las lágrimas, despidió su lunes santo perdiendo la mirada en aquel maravilloso manto malva bordado en oro. Mientras, escuchaba el palio mecerse y el tintineo de las campanitas, era todo perfecto.
Se santiguó, y mandando un beso al aire, se despidió. "Hasta el año que viene padre, hasta el año que viene madre..." y mirando al cielo mandó una plegaría: "Dios bendiga el barrio de la Trinidad".
"Con cariño a todo aquel que se sienta trinitario, ya sea de nacimiento o adopción."